En su magnífico libro “Las Peripecias de un
Barinés y de un Amazonense” (2015) aparecido recientemente Don Rafael Barrios
(92) nos cuenta:
Composición artística de Tony TongPintor Deltano – Premio Nacional de Pintura
Bajando el río Yurubashi salimos al río grande.
Llegamos a Santa Isabel donde fuimos recibidos por el bondadoso Don Santos. Con
su colaboración continuamos viaje, remolcando nuestro barco al costado de una
lancha puki puki, hasta una isla frente al raudal de Temendahüi. En esta isla,
sobre una laja, había una churuata abandonada la cual ocupamos. Un pequeño
canal separaba la isla de tierra firme. La primera noche que pasamos allí, se
oían, en el bosque cercano, rugidos y peleas de tigres en condición de celo.
Yo, como un hombrecito, agarré una escopeta tipo bácula calibre 24 que teníamos
e hice varios disparos hacia el lugar en disputa para ahuyentar a los felinos. Al
día siguiente en la mañana, donde por la noche estuvieron los tigres,
chasqueaban los dientes una manada de báquiros triturando frutos de corozo.
Luna llena y brillante, cielo estrellado por
las noches y sol abrazador en los calurosos días del verano, era lo que nos
acompañaban en nuestra solitaria isla, en espera de alguna oportunidad para
continuar el viaje.
Pasaron largos días y noches de espera antes de
que pudiéramos continuar nuestro viaje.
Un sábado por la noche, cuando me disponía a
dormir, escuché música al otro lado del raudal, salí de la churuata y quedé
sorprendido al ver un navío internamente iluminado, gente bebiendo y bailando
al compás de música brasileña. Me sorprendí porque se me hizo extraño que, en
un lugar tan feo, estuviese pasando aquella cosa tan bonita. Entré a la casa
con intención de llamar a mamá pero estaba dormida, no la quise molestar,
respetando su recién estado de parturienta.
Salí de nuevo, me senté en mi pequeño taburete
y seguí observando aquello que estaba pasando en un ambiente tan solitario y
triste. De pronto, ya entrada la madrugada, cesó la música, se dispersaron los
bailarines, se apagaron las luces y un agudo pito, cual profundo lamento,
partió de aquella masa flotante que, lentamente, se fue hundiendo hasta
desaparecer por completo en las profundidades del río.
-
¡Naufragio!
- grité y me fui a dormir.
Relámpagos lejanos, tristes truenos en
lontananza, reflejo de la luna sobre los cuerpos de las toninas que saltaban y
caían en picada sobre la superficie del tremendo raudal Temendagüi, era lo que
se veía y escuchaba después del hundimiento de aquel misterioso barco. En la mañana,
cuando desperté, por el llanto del hermanito recién nacido, le conté a mamá,
con lujo de detalles, lo del naufragio del barco.
-
No hijo,
ese navío naufragó hace muchísimos años donde lo viste aparecer - me dijo mamá
- quizás algún día, cuando seas hombre escribas un libro y cuentes esa
historia. Aquí en Brasil, se habla mucho de ese acontecimiento. Tú no lo sabes
porque eres muy pequeño, pero tuviste la suerte de que se haya presentado ante
ti anoche. También te auguraron una larga y prolífica vida y con muchos hijos
artistas y cantantes. Que Dios te bendiga hijo.
Hoy, después de más ochenta años de aquel
acontecimiento, recuerdo clarito las palabras de mamá, que en paz descanse.”
Dentro
de la mitología de nosotros los Arawakos, TEMÉNDAHUI es el nombre del centro
sagrado nuestro. De la ciudad ideal, donde todo es perfecto y nunca se
envejece.
Algunos
parientes han ido o como decimos los demás: “se lo llevaron los encantos”.
Luego
de un tiempo, según cuentan ellos, les preguntan si quiere seguir viviendo y
quedarse por siempre en esa ciudad perfecta. O
irse, porque sus familiares lo están buscando. Los que han vuelto, cuentan las
maravillas que vieron y vivieron. Sus valores ante la vida cambian para bien:
se vuelven más conservacionistas, intérpretes de la naturaleza y sus
conocimientos sobre la vida y la geografía aumentan. He estado a punto de
entrevistar a personad que ahí han estado. Quedamos en veremos con el amigo
“Máwari” Padrón de Atabapo que hizo una pasantía en esos lugares. Murió y no
nos vimos.
Al
parecer hay varios TEMÉNDAHUI. Quiere decir “Casa de los Máhuari”. No sé en qué
lenguaje, pero en Geral no es. El principal está en el subsuelo del Río Negro,
parte brasilera, en la desembocadura del río Cayarí, que viene de Colombia. Lo
describen magníficamente Adeladio Carianil en su libro “En Tiempos de Áparo” y
también Valdemar Reverón en sus escritos. El TEMÉNDAHUI del cual haba Don Rafael en su
libro es un raudal situado debajo de San Gabriel de Cachoeira (raudal, en
brasilero), en el mismo Río Negro, arriba de Santa Isabel y Tapurucuara, frente
a Camanaus, puerto a 30 kms. debajo de
San Gabriel. Hace 23 años tuve oportunidad de viajar por esos sitios y,
precisamente, en el raudal de TEMÉNDAHUI tuvimos un grave accidente fluvial de
tres días. Lástima que perdí las fotos.
La
belleza del relato y prosa de Don Rafael nos demuestra a los amazonenses que no
tenemos que rebuscar en otras literaturas o sitios para expresar lo nuestro,
nuestras bellezas y leyendas. Somos una potencia en nosotros mismos y solamente
tenemos que sacarla a flote. Verdaderamente, disfruté enormemente su libro. Me
remonta a mis orígenes y cada vez me convenzo más que mi abuela tenía razón,
cuando era niño y me contaba todos nuestros cuentos y tradiciones. Con razón me
advertía antes de comenzar: “Sé que no me vas a creer”. ¡Claro! La imaginación
es infinita y la creatividad eterna. Nuestra cosmovisión se conserva en el
tiempo.
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