Tragedia
en la Selva
Por:
Martin Matos Arvelo
Transcripción
y Publicación: Miguel Guape*
Semblanzas
de Martín Matos Arvelo
Martín Matos Arvelo
Martin
Matos Arvelo, nació en Barinitas, estado Barinas, el 24 de diciembre del año
1876, hijo de Martin Matos y Emigdia Arvelo. En esta población se desarrolló su
formación fundamental, quizás por influencia de su familia Enriqueta y Alfredo
Arvelo Larriva, y tal vez de una u otra manera de Alberto Arvelo Torrealba. Está
emparentado entonces con intelectuales de primera que dejaron un gran legado
cultural a Venezuela.
Vivió
en su terruño hasta el año 1902, cuando se dirigió hasta la región de Rionegro,
acompañado de su primo Alfredo Arvelo Larriva y su tío Horacio Arvelo, en busca
del caucho y el balatá.
En Amazonas
escribió lo más relevante de su obra poética y los trabajos relativos al
estudio de las culturas de las comunidades indígenas amazónica.
Entre
sus obras fundamentales cuentan: “Musa Autónoma” y “Canto a Rio Negro”, “Algo
sobre etnografía del territorio Amazonas de Venezuela” (1908) y “Vida Indiana” (1912).
Dejó de existir en Cúcuta, Colombia, donde realizó funciones diplomáticas en 1933.
La mayoría
de su obra fue publicada en España y cabe la pregunta: ¿Trabajaría el caucho
este Escritor para financiar sus libros? No es descabellada esta suposición,
porque sus escritos tienen profundidad y contenido, donde demuestra su amor por
Rionegro.
Por
lo demás este prolífico escritor es uno de los ancestros de todos los que
llevan el apellido Arvelo en Amazonas.
NOTA al
Presente Artículo: Fue publicado en el Periódico “El Luchador” de Ciudad Bolívar
el miércoles 17 de julio de 1812. Es un
tratado sobre la faena del arduo trabajo del caucho. El autor estuvo muy ligado
también a esta ciudad y aquí vivió un tiempo, donde continuó su obra creadora y
publicó otros Artículos en la prensa regional.
Transcripción
Tragedia en la selva
A Enrique González Valero
Me
encontraba en una de mis desgraciadas exploraciones en solicitud del famoso
purgo en las regiones del Alto Parguasa, río interesante y casi desconocido,
que desemboca en la margen derecha del Orinoco, a unas tres millas del Sur de
la famosa playa de Pararuma.
Catorce
días llevábamos de penosa marcha a
través de una densa foresta, casi impenetrable, no hollada hasta entonces por
planta humana; catorce días de profundas tinieblas en las noches y de largos
crepúsculos en el día porque la luz del sol jamás penetra en las profundidades
de esa espesura sombría.
Habíamos
perdido completamente el rumbo y en vano buscábamos orientación por aquella
floresta donde jamás se mira el sol, y que nos envolvía con desesperante
uniformidad en los interminables ramajes de sus árboles enormes empinados hasta
el infinito.
Nuestra
situación desesperante de por sí, se agravaba más y más por el agotamiento de
nuestros recursos, y ya el hambre nos roía en las entrañas y el desaliento ya
tocaba en nuestros corazones.
La noche del décimo quinto día dormimos al
pie de un árbol inmenso. Ese día nada habíamos comido y cansados y sin aliento
nos tendimos al pie de ese gigante de la montaña. Nada ese veía y la noche,
como siempre, era de lobreguez pavorosa.
Mil
acentos distintos se escuchaban en torno nuestro: silbos de serpientes; gritos
agudos de pájaros nocturnos; rápidos aleteos de enormes vampiros; rugidos de
tigres formidablemente espantosos y agresivos en medio de la densa negrura que nos envolvía y desgarramientos peculiares,
como quejidos tristes y lentos de ramas que se quebraban y venían a tierra
turbando por momentos aquella tenebrosa solemnidad y añadiendo nuevos horrores
a nuestra situación. Todos callábamos instintivamente como temerosos de irritar
con el sonido de nuestras voces al genio de aquellas selvas y nos sentíamos
infinitamente débiles y pequeños ante aquella hosca grandiosidad oscura.
De
pronto percibimos un sonido extraño semejante a un trueno lejano y prolongado,
o como el rumor siempre sostenido de una poderosa catarata; rumor que se iba
acercando con el fragor de cien carros rodando bruscamente por un declive
empedrado. Sorprendidos escuchábamos con ansiedad creciente aquello que parecía
un impetuoso desbordamiento de aguas bravías en avance; pero ligeros
estremecimiento de las hojas de la espesura nos hicieron comprender prontamente
el peligro que significaba: ¡Era el huracán! ¡El huracán que avanzaba!
Y en
medio de aquella oscuridad sentíamos grandes tropeles, galopes desesperados,
pisadas irregulares, bufidos, gritos,
silbidos y rugidos: ¡eran las fieras que huían amedrentadas!
Y el
monstruo llegó: una enorme y vibrante sacudida hizo estremecer cuanto nos
rodeaba y sentimos que los árboles chocaban violentos entre sí como poseídos de
furor extraño y repentino. En pocos minutos toda aquella selva fue presa de un desorden inaudito y mil choques
formidables poblaron el espacio con pavorosas detonaciones.
Un vivísimo relámpago rasgó de improviso aquella pesada
oscuridad y un estampido siniestro retumbó por todos los ámbitos del cielo; y
el rayo calcinando un añoso árbol seco, prendió fuego en la floresta y un
súbito y gigantesco resplandor coloreó aquella enorme tragedia nocturna.
La selva sacudida por el huracán con persistencia tenaz ya venía toda abajo doblando sus millones
de troncos, con siniestros desgarramientos, ya se erguía de repente como
desafiando de nuevo la
cólera del monstruo enfurecido.
Todo a nuestro derredor sonaba fragosamente, todo se agitaba con indecible furia,
y los árboles reventaban con horridos crujidos y una viva lluvia de hojas
verdes y amarillas nos azotaba en el rostro y en el pecho.
El
viento rugía
bravamente a través de las ramas, en las horquetas y en
los troncos; y crepitaba el fuego avivado por el huracán con diabólicos estallidos; y sus mil lenguas luminosas
prendían en los árboles produciendo una
deslumbrante claridad que daba a aquella trágica escena un aspecto
terrorífico y maravilloso. Millares de hojas encendidas aventadas en
todas direcciones por la brutalidad del austro parecían alocadas mariposas ignescentes; y los árboles que venían a tierra vencidos
por el fuego, formaban, al caer, una densa columna de chispas, que arrebatadas
por el huracán llevaban el incendio a puntos más distantes.
El
fuego y el huracán se debatían en lucha monstruosa con la selva y como
tremendos aliados, el viento empujaba al fuego, que calcinaba y destruía cuanto
dejaba el huracán en pie.
Arriba,
en el cielo, estallaba una desecha tempestad sin lluvia, y en el hondo espacio
parpadeaba el rayo y reventaba el trueno con abrupto estampido. ¡Arriba y abajo
presentaba la Naturaleza airada el formidable aparato de su poder omnipotente!
Permanecíamos inmóviles y mudos ante aquel
pavoroso drama digno de Satán cuando ante un nuevo golpe de huracán, un golpe
máximo de furia, brama del más intenso dolor aquella espesura alborotada, y el coloso que nos cobijaba se
agita con desusada violencia, se debate convulsivamente y con crujido horrendo
desprende sobre nosotros una rama gigantesca.
Por momentos permanecí casi inconsciente de cuanto me
rodeaba sin darme cuenta exacta de lo que había sucedido pero reacciono y la
tremenda catástrofe se muestra a mis ojos atónitos en toda su espantosa
realidad, alumbrada por aquel incendio
y ejecutada por aquella floresta en desolación: mis cinco compañeros
horriblemente triturados yacían muertos bajo la rama fatal entre un charco de
sangre como rojo sudario.
Me vi solo, completamente solo entre aquella selva
funesta, perdido en sus profundidades, huérfano de la humanidad y sin
esperanzas; y veía a mis compañeros rígidos y ensangrentados, y me aterraba ese
incendio voraz que siempre avanzaba y ese huracán redoblando su furia y ese
bosque compacto agitando con frenéticos
espasmos, reventando ramas y desplomando sus árboles con estruendo pavoroso. Un
pánico tremendo me invadió y corrí desesperadamente hacia la misma dirección en que había sentido
huir las fieras. Y me poseyó el vértigo de la fuga y avanzaba delirante,
perseguido por el fuego y el huracán, por entre aquella selva frenética: y me
creí el ángel maldito huyendo fantásticamente de la persecución de los
elementos en cólera.
No sé cuánto corrí; no tengo conciencia de ello; solo
recuerdo que al amanecer tropecé con un caño de agua profundas y violentas. No
había tiempo que perder: el incendio me seguía, crepitando como un demonio
enfurecido, alentado siempre por aquel vendaval que no calmaba. Rápidamente empujé un tronco seco hacia el agua y me abracé a él como a mi
suprema salvación.
Las aguas me arrebataron y continué mi fuga sobre las
olas turbulentas, que me arrastraban lejos y lejos con indescriptible
actividad. Y en ese viaje extraño veía yo centenares de fieras erizadas que
venían del lado del incendio en desenfrenada carrera y se arrojaban al caño,
atravesándolo con violencia para continuar su fuga en la rivera opuesta. Y yo
avanzaba, siempre sobre mi leño, guiado por aquella espumosa corriente que me
arrastraba a lo desconocido, quizás a la misma muerte de quien venía huyendo.
Poco a poco me invadió una sensación desconocida; una
irresistible laxitud se apodero de mis miembros; todo daba vueltas a mi
alrededor; parecía que me hallaba en un mundo extraño y desconocido y perdí la
noción de mi personería…
Cuando abría los ojos me encontré colocado sobre una piel
de tigre en una “churuata” de indios mapoyos.
Entonces supe cómo fue que los pescadores Guasipania y
Juco habían encontrado en el caño de Jumena al blanco desmayado sobre un palo
flotante que bajaba libremente…
A cuantos peligros, concluyo el amigo que me refería esta
espeluznante narración, nos exponemos los hombres de trabajo por el anhelo de
cumplir nuestros compromisos mercantiles.
Martin Matos Arvelo
NOTA1:
Este escrito es magistral, mantiene el interés del lector hasta el último párrafo,
que es cuando se viene a enterar que el autor de la aventura escrita es otro
personaje. La creatividad no tiene límites.
NOTA2: El
autor tiene varios libros escritos y la Fundación PatriAmazonas ha reeditado de
manera artesanal 2 que están a la disposición del público de manera digital.
Canto
a Rionegro
Presentamos
a los lectores de la página web de la Fundación PatriAmazonas, un libro de
poemas sobre la Historia Amazonense. Fue escrito hace más de 100 años por
Martín Matos Arvelo, de los Arvelo que vinieron de Barinitas en la 1ª
época del caucho en el antiguo T. F. Amazonas, a principios del siglo pasado.
El libro está en la Biblioteca Nacional y también en la Biblioteca Tulio Febres
Cordero de Mérida. En nuestro caso lo recuperó el investigador sobre el
Amazonas Gustavo Romero de la Universidad de Harvard, quien nos lo hizo llegar,
al igual que otros del mismo autor y sobre temas de Amazonas.
Está prologado por Santiago González
Perdomo quien vivió en San Fernando de Atabapo a comienzos del siglo XX,
personaje muy conocido de nuestra trágica historia amazonense; procedente de
San Felipe de Yaracuy, prologó el libro en 1910, cuando faltaban 3 años para
que Tomás Funes diera su golpe de estado el 8 de mayo de 1913. González Perdomo
fue uno de los seguidores de Funes esa noche sangrienta y participó activamente
en la defenestración del gobernador Roberto Pulido. Posteriormente fue asesor y
Secretario General del Gobernador Abelardo Gorrochotegui y del mismo Funes,
quien luego lo asesinó.
El libro se puede bajar gratis por:
VIDA
INDIANA
En
esta obra, Vida Indiana, Martín Matos Arvelo, nos brinda hermosos pasajes de la
vida de nuestros aborígenes, recogidas y vividas durante 15 años compartidos
con ellos, en especial a los barés, curripacos o curricarros o carúzanos,
yabiteros y uarequenas. También describe algo, sobre los mapoyos y panares que
habitan en el Municipio Urbana o Uruana, Distrito Cedeño del Estado Bolívar, y
sobre los yaruros, habitantes del río Carpanaparo o Capanaparo del Estado Apure.
INTRODUCCIÓN
DEL AUTOR
“Este libro ha sido escrito en medio de las
selvas de mi patria y en miserables aldehuelas, lejos de toda civilización, y
siempre entre las vicisitudes de una vida aventurera, en que, generalmente, no
se anochece dos veces en un mismo punto. Y dado el desaliño del estilo
literario de este trabajo, pido indulgencia al lector.
Quince años de trato con los indígenas del
Territorio Amazonas; quince años de viajes continuos a las distintas tribus
pobladoras de esa inmensa región y quince años observando sus usos y
costumbres, me ponen en capacidad de hablar sobre el indio con alguna
propiedad.
Esta no es una obra completa de etnografía de
las tribus del Territorio Amazonas o sea Rionegro (como se llama generalmente a
esta región); pero creo que sea la más completa en su género que sobre dichas
tribus se haya escrito hasta el día de hoy.
Si este libro contribuyere a prestar algún
servicio en los estudios etnográficos de Venezuela, en que se ocupan tantos
sabios eminentes, no cabe duda que reputaré mi trabajo como debidamente
recompensado”.
EL
AUTOR
Transcripción:
José Ventura
El libro
se puede bajar gratis por:
*Cronista de Amazonas
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